1 de octubre de 2011

el fin de los medios, el fin del primer mundo, ¿el fin?

Hace poco más de quince días, salía de mi trabajo y, mientras doblaba por el recodo de la esquina, dos personas entablaban una conversación, de la cual se vertieron unas palabras que encontraron mi oído: «Nos estamos poniendo contra la pared». Mi acto instintivo, mi respuesta interna, mi frase sin voz: «En efecto, amigo», al margen de ignorar por completo su contexto.

¿Por qué esa afirmación tan inmediata, tan asertiva e inequívoca? No existen causas inmediatas a los males del mundo, ni culpables con necesidad de expiar; pero sí la ventrílocua tarea de sentirnos acorralados, de espaldas a la cerca, en un lodazal.

Un ejemplo claro es el renombrado "Caso Candela", cuya casa no queda a más de 400 metros de la mía y, sin embargo, para mí es un rostro en la televisión, una bolsa negra sobre la acera, una mediática formación de lo que solía ser y el indiferente hecho de lo que es. La madre y sus orígenes dudosos; el padre que está en cana; una banda de piratas del asfalto; una banda de narcotraficantes; un barrio más conmovido por el miedo aburguesado de sus prominentes habitantes que por una genuina preocupación; periodistas a la vera, junto a sus relampagueantes cámaras, recolectando patrañas como camiones de basura para luego escupirlas al televidente a las siete de la tarde; hienas con banderas políticas aguardando una entrada triunfal que no pudo ser. A 400 metros se erige aún la casa de Candela y, sobre sus blancas paredes, cuelgan ruinas de los carteles que desesperadamente clamaban su aparición; y puedo caminar frente a esa casa, mirarla con detenimiento, percibir nada excepto desengaño, burla y otra afirmación inequívoca: «Qué al pedo»

Testigo privilegiado es aquél que en el 2001 decidió huir con el rabo entre las patas hacia alguna frontera primermundista que lo acoja. Y diez años más tarde, también con el rabo entre las patas, retorna a sus orígenes tercermundistas habiendo recogido una fructífera experiencia como lavacopas o lavainodoros (alguien tenía que limpiar la mierda de los europeos). ¿Significa ahora que los europeos lavarán nuestra mierda? Imposible adivinarlo. La mierda ha inundado todas las ciudades del mundo y uno debe preguntarse quién de todos nosotros se encargará de limpiarla. ¿O acaso seguimos persiguiendo afanosamente el welfare? Abundan en internet ahora las teorías financieras acerca del dinero, de su inutilidad, de su creación más poética que práctica; un caudal de información casi ilimitado nos ofrece la oportunidad de aprender de dónde proviene y a quiénes realmente beneficia. Pero, momento, ¡todos lo sabíamos de antes! El rico se hace más rico a costa del pobre; milenario flujo de marea, faraónico y romano, combatido únicamente a la manera mecedónica. Ya no se trata del rico contra el pobre, de la lucha de clases, de capital e industria. Esta es una batalla del estúpido contra el inteligente -si sois de los primeros, seguid pues en el vacuo caminillo hacia el welfare.


¿Hemos ingresado en las etapas finales de nuestro mundo tal como lo conocemos? No tengo la más puta idea. Mi trabajo diurno es cerciorarme de que a los estúpidos les cobren plata por las boludeces que descargan en sus celulares de alta gama. Y mi viejo (oficialista él) tuvo la osadía de cuestionarme el otro día: «Vos decís mucho, pero no hacés nada». Tras lo cual respondí: «Yo no actúo, no es mi naturaleza actuar. Es simplemente mirar y señalar dónde ir y dónde no ir. Eso ya de por sí, es bastante difícil». Hemos ingresado en las etapas finales, no de nuestro mundo, sino de nuestras mentes.

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