18 de marzo de 2009

una generación apátrida

Mientras la crisis global se expande a lo largo y a lo ancho del planeta -los chinos, pronto también verán las consecuencias. Tal vez se hubieran avispado de no andar festejando y derrochando por un lado, y apaleando tibetanos por el otro-, y mientras el deshielo polar y el cambio climático son verdades incoultables, nosotros estamos en la nuestra.
Sí, es cierto, de tanto en tanto volteamos la mirada y efectuamos una suerte de mutis compasivo, y gesticulizamos con las manos sobre la cabeza un «¡Ay, no!», y otras tantas observamos los problemas ajenos con cierto desprecio y superioridad, producto de nuestra inferioridad. El ridículo llega cuando, con el mismo ejercicio intelectual, procuramos opinar sobre los problemas que azotan nuestra tierra. La frase más célebre del último tiempo: «El que mata, tiene que morir». La otra, menos glamorosa: «Acá te matan por el pancho y la coca»
¡Cuánta falta de gratitud tiene el argentino hacia sus íconos! Debemos agradecerles por ver el problema mucho antes que nosotros, y por evaluar la situación con la circunspección que amerita, y sin dudas, por velarnos durante éstas, horas aciagas. En verdad, qué posición inmejorable la de volcar grandes soluciones a grandes inquietudes desde una cómoda y remunerativa nube de flatulencias.
A falta de líderes, el argentino promedio se desubica y se agarra del primer poste de luz en medio de su largo y tendido camino a tientas. Con su relincho quejica -«Yo no fui»-, consuetudinario e imborrable, y su lloriqueo inquisitivo -«La culpa es de él»-, su visión se acorta hasta elegir el mejor de los males. Ahora bien, ¿qué sucede cuando el mejor de los males se vuelve uno solo? O mejor dicho, se divide. Así pues, nos hallamos obligados a elegir entre los brutales y asquerosamente ricos productores agrícolas, y los endemoniadamente corruptos magistrados gubernamentales. A no equivocarse: el argentino promedio jamás tomará un bando con entereza; antes aún posee un método mucho más elaborado, que consiste en esconderse debajo de una silla y esperar a que todo se resuelva con la fluidez del azar. Entonces sí, las banderas se agitarán en favor de los ganadores, quienes, en no menos de cuatro años, escucharán el mismo relincho quejica y el mismo lloriqueo inquisitivo que soportaron los perdedores.
Sin embargo, debo decir, la consecuencia es aceptable: la mayoría de las personas destinadas a pensar, a hacer la diferencia, fueron asesinadas y torturadas; y las que no, humilladas para siempre, por la misma manada de lobos arteros que fundó los cimientos de este país. De esta manera, Nietzsche atisba: «Pero se ha creído ver en ellos la grandeza de la naturaleza humana, su divinidad... Todos los problemas de la política, de la organización social, de la educación, han sido completamente falsificados, por el hecho de que se tomaron por grandes hombres los hombres más nocivos, y se enseñó a despreciar las pequeñas cosas, o sea los asuntos fundamentales de la vida»
Si bien a nivel occidental estas palabras son de todo punto comprensibles, a nivel nacional el error se exacerba. Mi amigo, no importa cuánto dinero tengas o a qué clase social pertenezcas, en el fondo eres un tercermundista más; podrás sensibilizarte una pizca, irás a marchas miltitudinarias y te sentirás satisfecho porque has contribuido; pero recuerda siempre, mi amigo, eres un tercermundista más.
Y mientras el argentino promedio siga sin aprehender la palabra «argentino», la crisis global seguirá expandiéndose y el deshielo polar continuará avanzando.

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