A quienes competan estas palabras (o a quienes conmuevan, según el arbitrio del azar), serán personas, espíritus desasosegados, hastiados, agotados de observar las innumerables filas, las hordas de los pedigüeños, de los débiles, de los enclenques de voluntad, de la mugre, al fin, que suelen expeler no sin una medida dosis de hedor. ¡Y cuánto más hastiados de la gente embebida en no sé qué sentimentalismo, virtuosos de la prodigalidad y enajenados de todo lo que tiene de melindroso, cursi y empalagoso! De estos últimos, los abnegados, los desinteresados con interés, los bleeding hearts del mundo, los «yo soy tú, tú eres yo, todos somos iguales»; los religiosos devenidos en demócratas, comunistas y socialistas; los cegados, recostados sobre una inmensa roca y luciendo las vendas de una momia.
El «dar por dar» es el acto más pernicioso de los seres más altivos; los rebajan, los ensucian, los envuelven en lasitud. Todo ese «dar, dar y dar», se reciba o no algo a cambio, resulta en un desgaste presto y hondo de las energías. Y así, desprovisto del vigor que supo una vez exhibir, los seres más altivos empiezan a confundirse, de forma paulatina y disimulada, en un hombre con sotana: abyecto contra sí mismo, mentiroso hacia los demás, otra piedra fundacional del bien llamado «populacho» junto con el perpetuo andamiaje de la mezquindad.
Se intuye entonces que el genuino acto de «dar», «ayudar» o de ser «generoso», radica cuando la persona a quien se le ha dado haya hecho los méritos suficientes. Mérito. Palabra que se encuentra dentro de un sistema: meritocracia, concepto que la religiosidad ha dejado de lado, lo ha encasillado en un pupitre y le ha enseñado, pizarra mediante, a no aparecer -o, mejor dicho, a desaparecer.
Y se prosigue con la conclusión, a modo de invectiva, de advertencia y, en última instancia, selectiva: "Damas, caballeros, transexuales: las lecciones gratis se acabaron. De ahora en adelante estaréis tan solos como yo lo he estado: experimentaréis el horror, el estupor, el terror y la afrenta de la realidad kafkiana del mundo en completa soledad. En resumen, ¡si queréis crecer, hacedlo por vuestra cuenta!"
El Refugio de los Escarabajos
7 de octubre de 2012
19 de agosto de 2012
el guardián entre el centeno - el libro prosistema del s. XX
Atención al lector: el siguiente texto contiene spoilers de "El Guardián entre el Centeno"
No pocas veces, leyendo un libro, se me ha cruzado la reflexión: «¿De qué está hablando este tipo?», sobre todo en aquellos, un tanto arcaicos, un tanto barrocos, como la Divina Comedia o Fausto, en donde he debido forzar tanto el intelecto como el diccionario a fin de más o menos comprender pomposidades, simbolismos, metáforas y todo recurso a propósito dispuesto frente a mis ojos. Pues bien, El Cazador Oculto (la primera y correcta traducción de su título) o, El Guardián entre el Centeno (la última e inocua traducción), o The Catcher in The Rye (su título original) me llevó, capítulo tras capítulo a la anterior reflexión, sin recurrir al diccionario o al ejercicio intelectual, sino a observar en derredor de mi espacio de lectura, con los ojos desencajados, obligado a transitar ese conjunto de trivialidades propuesto por Salinger y asumir que, al final de todo, existiría un propósito para tan absurda y grotesca literatura. Bueno, lores y señores, hay un propósito en este libro aunque, el más inesperado, sorpresivo, abyecto. Enmascarado detrás de una supuesta rebeldía, el último párrafo revela la pieza de literatura más ponzoñosa que ha lanzado el siglo XX.
48 horas. Aproximadamente, ese es el tiempo que le dura a Holden Caulifield su pregunta, su duda, la pregunta a su misma existencia. Tras afirmar a lo largo y a lo ancho de las páginas, el «asco» por esta cosa o la «cochinada» que es ésta otra, tras encaminarse al núcleo del más grande cuestionamiento y entrar en contacto con todo tipo de vicisitudes, dentro de las cuales priman las más «bajas», las del lecho de la vida, como un proxeneta que lo golpea y le roba todo el dinero, llamar borracho a la casa de una querida, ser expulsado de su colegio, ser abusado y maltratado, sentirse una y otra vez «deprimido», golpearse una y otra vez contra la aparente realidad del mundo; tras todas estas cosas, reservadas para ciertas personas que han arribado a cierto punto del camino, se hacen ciertas preguntas y en consecuencia ejecutan ciertas acciones, y repito, reservadas para sujetos como Raskolnikov, Erdosain o cualquier protagonista de Hesse; tras todo este océano que le es deparado, vejada su humanidad toda, Holden Caulifield no ha podido siquiera rascar la superficie del fondo. Nada, nada en absoluto.
Endure, motherfucker, endure!
Las últimas líneas muestran a nuestro otrora intrépido y autodestructivo narrador, por naturaleza salvaje y dueño de un trágico sino -a menudo la crítica confunde esta efigie con «niñez», nada más lejos, nada más ridículo-, internado en un hospital, al cuidado ya de papi y mami, rodeado de psicólogos utilitaristas, sin ganas de hablar del «asco» ni de la «cochinada», enterrando todo pasado como un cadáver y, contrariándose a sí mismo, extrañando a los personajes que «odiaba» y afirmando sobre la nueva película de su hermano (ése gran escritor, talentoso y profundo, devenido en una prostituta al servicio de la industria hollywoodense): «Me resultó bastante afectada y superficial, pero la encontré muy linda». Las últimas líneas, en efecto, constituyen la glorificación del estilo de vida americano, la devastación absoluta ante cualquier respetada e incipiente luz de duda frente al mundo, el espíritu quebrado, la famosa transición «infancia/adultez», el inicio de una carrera con traje y corbata, a la postre adornada quizá por un cubículo. Su ingreso triunfal, homérico, a la obsecuencia, al acatamiento, a la esclavitud de una vida aún más gris que la anterior; su ingreso, en última instancia, al sistema. Y pensar que su único deseo era convertirse en el cazador, al borde del precipicio que lleva al sistema, oculto en el centeno, responsable de atrapar a cualquier niño que se aventurase a caer. Y pensar...
Holden Caulifield toma un acto cobarde, al que le seguirán toda una fila de actos cobardes que lo llevarán a una muerte «tranquila», de «viejo», de «estadounidense», como la de su autor. Podría llegar a leerse como una trágica derrota pero, se lee como una victoria final. Salinger nos apuñala en el momento que le dimos la espalda, nos traiciona con indiferencia, con despropósito o, mejor dicho, con la perpetuidad del propósito despropósito. Nos resulta lógico entonces, a nosotros los vejados, que en adelante este hombre no haya escrito nada más significativo, se haya vuelto un ermitaño y guardado para sí el resto de sus cavilaciones: ya había entrado al sistema, ¿para qué seguir escribiendo, con qué conflictos, con cuál propósito?
Endure, you bastard, just endure!
El hecho de que El Cazador Oculto haya estado entre los primeros diez libros más vendidos de la década del noventa cuarenta años después de su primera edición, y estudiado en secundarias y universidades, nos da un indicio, nos marca como época. Pues ésta, sin lugar a dudas, es una de las más iletradas, ignorantes, improductivas, enfermizas y decadentes. Más aún, una de las más moralistas, si entendemos a la «moral» de forma absoluta, es decir, una «inmoralidad»
Pero no hay perpetuidad del propósito despropósito. Mirad ahora, el hospital en el que está internado Holden Caulifield; el suelo ha comenzado a temblar, las paredes a resquebrajar. Todo por no durar.
Endure...
No pocas veces, leyendo un libro, se me ha cruzado la reflexión: «¿De qué está hablando este tipo?», sobre todo en aquellos, un tanto arcaicos, un tanto barrocos, como la Divina Comedia o Fausto, en donde he debido forzar tanto el intelecto como el diccionario a fin de más o menos comprender pomposidades, simbolismos, metáforas y todo recurso a propósito dispuesto frente a mis ojos. Pues bien, El Cazador Oculto (la primera y correcta traducción de su título) o, El Guardián entre el Centeno (la última e inocua traducción), o The Catcher in The Rye (su título original) me llevó, capítulo tras capítulo a la anterior reflexión, sin recurrir al diccionario o al ejercicio intelectual, sino a observar en derredor de mi espacio de lectura, con los ojos desencajados, obligado a transitar ese conjunto de trivialidades propuesto por Salinger y asumir que, al final de todo, existiría un propósito para tan absurda y grotesca literatura. Bueno, lores y señores, hay un propósito en este libro aunque, el más inesperado, sorpresivo, abyecto. Enmascarado detrás de una supuesta rebeldía, el último párrafo revela la pieza de literatura más ponzoñosa que ha lanzado el siglo XX.
48 horas. Aproximadamente, ese es el tiempo que le dura a Holden Caulifield su pregunta, su duda, la pregunta a su misma existencia. Tras afirmar a lo largo y a lo ancho de las páginas, el «asco» por esta cosa o la «cochinada» que es ésta otra, tras encaminarse al núcleo del más grande cuestionamiento y entrar en contacto con todo tipo de vicisitudes, dentro de las cuales priman las más «bajas», las del lecho de la vida, como un proxeneta que lo golpea y le roba todo el dinero, llamar borracho a la casa de una querida, ser expulsado de su colegio, ser abusado y maltratado, sentirse una y otra vez «deprimido», golpearse una y otra vez contra la aparente realidad del mundo; tras todas estas cosas, reservadas para ciertas personas que han arribado a cierto punto del camino, se hacen ciertas preguntas y en consecuencia ejecutan ciertas acciones, y repito, reservadas para sujetos como Raskolnikov, Erdosain o cualquier protagonista de Hesse; tras todo este océano que le es deparado, vejada su humanidad toda, Holden Caulifield no ha podido siquiera rascar la superficie del fondo. Nada, nada en absoluto.
Endure, motherfucker, endure!
Las últimas líneas muestran a nuestro otrora intrépido y autodestructivo narrador, por naturaleza salvaje y dueño de un trágico sino -a menudo la crítica confunde esta efigie con «niñez», nada más lejos, nada más ridículo-, internado en un hospital, al cuidado ya de papi y mami, rodeado de psicólogos utilitaristas, sin ganas de hablar del «asco» ni de la «cochinada», enterrando todo pasado como un cadáver y, contrariándose a sí mismo, extrañando a los personajes que «odiaba» y afirmando sobre la nueva película de su hermano (ése gran escritor, talentoso y profundo, devenido en una prostituta al servicio de la industria hollywoodense): «Me resultó bastante afectada y superficial, pero la encontré muy linda». Las últimas líneas, en efecto, constituyen la glorificación del estilo de vida americano, la devastación absoluta ante cualquier respetada e incipiente luz de duda frente al mundo, el espíritu quebrado, la famosa transición «infancia/adultez», el inicio de una carrera con traje y corbata, a la postre adornada quizá por un cubículo. Su ingreso triunfal, homérico, a la obsecuencia, al acatamiento, a la esclavitud de una vida aún más gris que la anterior; su ingreso, en última instancia, al sistema. Y pensar que su único deseo era convertirse en el cazador, al borde del precipicio que lleva al sistema, oculto en el centeno, responsable de atrapar a cualquier niño que se aventurase a caer. Y pensar...
Holden Caulifield toma un acto cobarde, al que le seguirán toda una fila de actos cobardes que lo llevarán a una muerte «tranquila», de «viejo», de «estadounidense», como la de su autor. Podría llegar a leerse como una trágica derrota pero, se lee como una victoria final. Salinger nos apuñala en el momento que le dimos la espalda, nos traiciona con indiferencia, con despropósito o, mejor dicho, con la perpetuidad del propósito despropósito. Nos resulta lógico entonces, a nosotros los vejados, que en adelante este hombre no haya escrito nada más significativo, se haya vuelto un ermitaño y guardado para sí el resto de sus cavilaciones: ya había entrado al sistema, ¿para qué seguir escribiendo, con qué conflictos, con cuál propósito?
Endure, you bastard, just endure!
El hecho de que El Cazador Oculto haya estado entre los primeros diez libros más vendidos de la década del noventa cuarenta años después de su primera edición, y estudiado en secundarias y universidades, nos da un indicio, nos marca como época. Pues ésta, sin lugar a dudas, es una de las más iletradas, ignorantes, improductivas, enfermizas y decadentes. Más aún, una de las más moralistas, si entendemos a la «moral» de forma absoluta, es decir, una «inmoralidad»
Pero no hay perpetuidad del propósito despropósito. Mirad ahora, el hospital en el que está internado Holden Caulifield; el suelo ha comenzado a temblar, las paredes a resquebrajar. Todo por no durar.
Endure...
27 de junio de 2012
unasureños en el diván - la destitución de Fernando Lugo
Toda psicología parece repetirse a lo largo y a lo ancho de la humanidad. Pueden vislumbrase ejemplos en los barrios donde pulula la miseria, atestiguarse en las más altas esferas de cualquier círculo aristocrático: las reacciones ante determinado desconcierto o hecho inesperado suelen ser similares. Tomar refugio, de forma premeditada o permitirse un exabrupto efímero mas, tomar refugio al fin.
Es curioso observar las susodichas reacciones de los neo populistas gobernantes sudamericanos frente a la destitución del ex presidente paraguayo, Fernando Lugo, a quien la gracia de Dios lo ha hecho cabal defensor del pueblo frente a la soterránea tiranía que supo cómo arrebatarle sus pantuflas sin derramar una gota de sangre. ¿Dije bien? Sin derramar una gota de sangre. ¿Qué clase de animal bruto, enfermo y lleno de odio a sí mismo, como lo es sin lugar a dudas el partidario de ultra derecha promedio, devora sin dejar sobras?
Esta obra canturrea de otra manera, más sutil. Y aún así, sin explicarse ni los cómo ni los por qué, los neo populistas gobernantes (hoy aglomerándose con ese estilo porcino bajo la bandera de la UNASUR) declaman a los cuatro vientos que en la República del Paraguay, otra de las tantas naciones de índole provincial, ha habido un golpe de estado y, consecuentemente, su nuevo gobierno no será reconocido.
De hecho, las medidas tomadas contra Paraguay de los demás países se acercan más un efímero exabrupto que a un plan premeditado para condenar tales consecuencias. Y de haberlo sabido de antemano, ¿por qué tanto silencio? Si en verdad los neo populistas gobernantes de Sudamérica conocían dicha inminencia, ¿no era su deber prevenir, informar, tomar acción?
Asumamos en principio que los neo populistas gobernantes no lo sabían, eran ignotos -como suele ser su estirpe, de distraído y torpe para vigilar su trono, pero dotados de un inigualable timing para nutrir sus haciendas. La reacción me resulta evidente: refugio, miedo. No suenan en sus voces timbres elaborados, fingidos, actuados, sino palabras de temor y desconcierto; a través de esa tosca y ejercitada fachada, si uno ha entrenado bien el oído, se filtra, trémula, la incertidumbre.
Y al unísono chillaron: "¡Golpe de estado!" Y nadie ha visto tanques desfilar por las calles de Asunción, soldados o rebeldes sosteniendo armas de asalto, corridas en las calles, arrestos o, siquiera, la palabra que define en última instancia un golpe de estado: violencia.
Imagino que el chanchullo paraguayo tiene otro dueño.
Es curioso observar las susodichas reacciones de los neo populistas gobernantes sudamericanos frente a la destitución del ex presidente paraguayo, Fernando Lugo, a quien la gracia de Dios lo ha hecho cabal defensor del pueblo frente a la soterránea tiranía que supo cómo arrebatarle sus pantuflas sin derramar una gota de sangre. ¿Dije bien? Sin derramar una gota de sangre. ¿Qué clase de animal bruto, enfermo y lleno de odio a sí mismo, como lo es sin lugar a dudas el partidario de ultra derecha promedio, devora sin dejar sobras?
Esta obra canturrea de otra manera, más sutil. Y aún así, sin explicarse ni los cómo ni los por qué, los neo populistas gobernantes (hoy aglomerándose con ese estilo porcino bajo la bandera de la UNASUR) declaman a los cuatro vientos que en la República del Paraguay, otra de las tantas naciones de índole provincial, ha habido un golpe de estado y, consecuentemente, su nuevo gobierno no será reconocido.
De hecho, las medidas tomadas contra Paraguay de los demás países se acercan más un efímero exabrupto que a un plan premeditado para condenar tales consecuencias. Y de haberlo sabido de antemano, ¿por qué tanto silencio? Si en verdad los neo populistas gobernantes de Sudamérica conocían dicha inminencia, ¿no era su deber prevenir, informar, tomar acción?
Asumamos en principio que los neo populistas gobernantes no lo sabían, eran ignotos -como suele ser su estirpe, de distraído y torpe para vigilar su trono, pero dotados de un inigualable timing para nutrir sus haciendas. La reacción me resulta evidente: refugio, miedo. No suenan en sus voces timbres elaborados, fingidos, actuados, sino palabras de temor y desconcierto; a través de esa tosca y ejercitada fachada, si uno ha entrenado bien el oído, se filtra, trémula, la incertidumbre.
Y al unísono chillaron: "¡Golpe de estado!" Y nadie ha visto tanques desfilar por las calles de Asunción, soldados o rebeldes sosteniendo armas de asalto, corridas en las calles, arrestos o, siquiera, la palabra que define en última instancia un golpe de estado: violencia.
Imagino que el chanchullo paraguayo tiene otro dueño.
27 de mayo de 2012
apophthegma nro 24 - la incertidumbre del vulgo
Gente y senadores vituperan enardecidos a Coriolanus, héroe de Roma. Y éste señala, con la fiereza que exige la convicción en algunos hombres, la tibia incertidumbre de la cual plebeyos y aristócratas por igual suelen amamantarse con sumo exceso:
You common cry of curs! whose breath I hate
As reek o' the rotten fens, whose loves I prize
As the dead carcasses of unburied men
That do corrupt my air, I banish you;
And here remain with your uncertainty!
Let every feeble rumour shake your hearts!
You common cry of curs! whose breath I hate
As reek o' the rotten fens, whose loves I prize
As the dead carcasses of unburied men
That do corrupt my air, I banish you;
And here remain with your uncertainty!
Let every feeble rumour shake your hearts!
Your enemies, with nodding of their plumes,
Fan you into despair! Have the power still
To banish your defenders; till at length
Your ignorance, which finds not till it feels,
Making not reservation of yourselves,
To banish your defenders; till at length
Your ignorance, which finds not till it feels,
Making not reservation of yourselves,
Still your own foes, deliver you as most
Abated captives to some nation
That won you without blows! Despising,
For you, the city, thus I turn my back:
There is a world elsewhere.
Coriolanus, act 3, scene 3
Abated captives to some nation
That won you without blows! Despising,
For you, the city, thus I turn my back:
There is a world elsewhere.
Coriolanus, act 3, scene 3
18 de marzo de 2012
kony 2012 - fuck kony - mi pequeño pony
El video comienza con esta frase: "Ahora mismo, hay más personas en Facebook que las que había en el planeta 200 años atrás". El video nos muestra que un tal Joseph Kony -uno y sólo uno- es responsable de la masacre de millones de personas durante el reinado de su "guerrilla-secta-o-vaya-a-saber-Ud-qué-cosa" y de esclavizar niños, todo esto en el territorio inhóspito de un país africano. A fin de hallarlo culpable más allá de toda evidencia, el relator somete a su hijo de no más de cinco años (rubiecito, cachetón, de sonrojadas mejillas y con un futuro predilecto en las artes de servir a sí mismo) a idenfiticar, mediante una fotografía, al malo de la película; lo introdujo a una habitación frente a una cámara, lo sentó y sobre la mesa expuso las fotos de dos negros -suponemos que para salvaguardar cualquier malentendido racial. Como una rueda de idenfiticación, el niño escoge la de Kony pues, la del otro, era un negro que ya conocía y jugaba con él.
Parecería que el documental encara hacia una sola persona. ¿Por qué? La explicación es terminante, absoluta e inexpugnable: porque Joseph Kony está primero en la lista de criminales de guerra del Tribunal de La Haya y porque -y este es el argumento más importante de todos- por algún lado hay que empezar. La consigna es tan sencilla, prístina y perturbadora, que nos muestra cómo ella cala en los veedores y los hace lagrimear; es tan astuta, humanitaria y altruista, que Angelina Jolie nos va a ayudar desde su cuenta de Twitter para ello; tan veraz, honrada y libertadora, que los senadores norteamericanos van a impedir esta locura a través de una invasión militar de sus fuerzas especiales para atrapar al malechor y prevenir futuras ofensas en el territorio. Su léitmotiv, 2012, parte a la mitad el número y, apunta 20 celebridades y 12 políticos, en cuyo renombre radica la esperanza de estas pobres masas maltratadas de Uganda. Dentro de éstos 12 políticos podemos hallar a George W. Bush y el actual presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, quienes, en menos de 10 años, han desatado más matanzas, dolor, miseria y oprobio que Kony, aún si éste viviera mil años más; descontando, claro está, los decretos firmados por los últimos, permitiendo a su propio país convertirse en un Estado de tintes dictatoriales.
Observar desde mi lugar la millonezca cantidad de reproducciones del documental en You Tube, junto con la euforia y algarabía del vulgo reservado a las redes sociales -similar, sin lugar a dudas, al aullido del vulgo norteamericano clamando sangre y venganza después del 9/11-, me ha dejado de provocar frustración e indignación. Sólo puedo reír ante semejante bravata, tanto más cerca de un episodio de Melrose Place que a un acontecimiento de la vida real; sólo puedo pensar en la estupidez o ignorancia, sea el caso, de la gente que se ha tragado esta mierdosa propaganda y se enorgullece -sí, es verdad- de ser partícipe o partidaria de ella.
«¡Vergüenza y eterna vergüenza, nada excepto vergüenza!», gritaba el Duque de Borbón, según Shakespeare (o Anónimo, según el revisionismo, ahora un tanto intempestivo), después de perder la batalla de Agincourt. Y yo chillo de la misma manera, aunque con otras palabras: 'Fuck Kony!'
Parecería que el documental encara hacia una sola persona. ¿Por qué? La explicación es terminante, absoluta e inexpugnable: porque Joseph Kony está primero en la lista de criminales de guerra del Tribunal de La Haya y porque -y este es el argumento más importante de todos- por algún lado hay que empezar. La consigna es tan sencilla, prístina y perturbadora, que nos muestra cómo ella cala en los veedores y los hace lagrimear; es tan astuta, humanitaria y altruista, que Angelina Jolie nos va a ayudar desde su cuenta de Twitter para ello; tan veraz, honrada y libertadora, que los senadores norteamericanos van a impedir esta locura a través de una invasión militar de sus fuerzas especiales para atrapar al malechor y prevenir futuras ofensas en el territorio. Su léitmotiv, 2012, parte a la mitad el número y, apunta 20 celebridades y 12 políticos, en cuyo renombre radica la esperanza de estas pobres masas maltratadas de Uganda. Dentro de éstos 12 políticos podemos hallar a George W. Bush y el actual presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, quienes, en menos de 10 años, han desatado más matanzas, dolor, miseria y oprobio que Kony, aún si éste viviera mil años más; descontando, claro está, los decretos firmados por los últimos, permitiendo a su propio país convertirse en un Estado de tintes dictatoriales.
Observar desde mi lugar la millonezca cantidad de reproducciones del documental en You Tube, junto con la euforia y algarabía del vulgo reservado a las redes sociales -similar, sin lugar a dudas, al aullido del vulgo norteamericano clamando sangre y venganza después del 9/11-, me ha dejado de provocar frustración e indignación. Sólo puedo reír ante semejante bravata, tanto más cerca de un episodio de Melrose Place que a un acontecimiento de la vida real; sólo puedo pensar en la estupidez o ignorancia, sea el caso, de la gente que se ha tragado esta mierdosa propaganda y se enorgullece -sí, es verdad- de ser partícipe o partidaria de ella.
«¡Vergüenza y eterna vergüenza, nada excepto vergüenza!», gritaba el Duque de Borbón, según Shakespeare (o Anónimo, según el revisionismo, ahora un tanto intempestivo), después de perder la batalla de Agincourt. Y yo chillo de la misma manera, aunque con otras palabras: 'Fuck Kony!'
Suscribirse a:
Entradas (Atom)