19 de agosto de 2012

el guardián entre el centeno - el libro prosistema del s. XX

Atención al lector: el siguiente texto contiene spoilers de "El Guardián entre el Centeno"

No pocas veces, leyendo un libro, se me ha cruzado la reflexión: «¿De qué está hablando este tipo?», sobre todo en aquellos, un tanto arcaicos, un tanto barrocos, como la Divina Comedia o Fausto, en donde he debido forzar tanto el intelecto como el diccionario a fin de más o menos comprender pomposidades, simbolismos, metáforas y todo recurso a propósito dispuesto frente a mis ojos. Pues bien, El Cazador Oculto (la primera y correcta traducción de su título) o, El Guardián entre el Centeno (la última e inocua traducción), o The Catcher in The Rye (su título original) me llevó, capítulo tras capítulo a la anterior reflexión, sin recurrir al diccionario o al ejercicio intelectual, sino a observar en derredor de mi espacio de lectura, con los ojos desencajados, obligado a transitar ese conjunto de trivialidades propuesto por Salinger y asumir que, al final de todo, existiría un propósito para tan absurda y grotesca literatura. Bueno, lores y señores, hay un propósito en este libro aunque, el más inesperado, sorpresivo, abyecto. Enmascarado detrás de una supuesta rebeldía, el último párrafo revela la pieza de literatura más ponzoñosa que ha lanzado el siglo XX.

48 horas. Aproximadamente, ese es el tiempo que le dura a Holden Caulifield su pregunta, su duda, la pregunta a su misma existencia. Tras afirmar a lo largo y a lo ancho de las páginas, el «asco» por esta cosa o  la «cochinada» que es ésta otra, tras encaminarse al núcleo del más grande cuestionamiento y entrar en contacto con todo tipo de vicisitudes, dentro de las cuales priman las más «bajas», las del lecho de la vida, como un proxeneta que lo golpea y le roba todo el dinero, llamar borracho a la casa de una querida, ser expulsado de su colegio, ser abusado y maltratado, sentirse una y otra vez «deprimido», golpearse una y otra vez contra la aparente realidad del mundo; tras todas estas cosas, reservadas para ciertas personas que han arribado a cierto punto del camino, se hacen ciertas preguntas y en consecuencia ejecutan ciertas acciones, y repito, reservadas para sujetos como Raskolnikov, Erdosain o cualquier protagonista de Hesse; tras todo este océano que le es deparado, vejada su humanidad toda, Holden Caulifield no ha podido siquiera rascar la superficie del fondo. Nada, nada en absoluto.
Endure, motherfucker, endure!

Las últimas líneas muestran a nuestro otrora intrépido y autodestructivo narrador, por naturaleza salvaje y dueño de un trágico sino -a menudo la crítica confunde esta efigie con «niñez», nada más lejos, nada más ridículo-, internado en un hospital, al cuidado ya de papi y mami, rodeado de psicólogos utilitaristas, sin ganas de hablar del «asco» ni de la «cochinada», enterrando todo pasado como un cadáver y, contrariándose a sí mismo, extrañando a los personajes que «odiaba» y afirmando sobre la nueva película de su hermano (ése gran escritor, talentoso y profundo, devenido en una prostituta al servicio de la industria hollywoodense): «Me resultó bastante afectada y superficial, pero la encontré muy linda». Las últimas líneas, en efecto, constituyen la glorificación del estilo de vida americano, la devastación absoluta ante cualquier respetada e incipiente luz de duda frente al mundo, el espíritu quebrado, la famosa transición «infancia/adultez», el inicio de una carrera con traje y corbata, a la postre adornada quizá por un cubículo. Su ingreso triunfal, homérico, a la obsecuencia, al acatamiento, a la esclavitud de una vida aún más gris que la anterior; su ingreso, en última instancia, al sistema. Y pensar que su único deseo era convertirse en el cazador, al borde del precipicio que lleva al sistema, oculto en el centeno, responsable de atrapar a cualquier niño que se aventurase a caer. Y pensar...

Holden Caulifield toma un acto cobarde, al que le seguirán toda una fila de actos cobardes que lo llevarán a una muerte «tranquila», de «viejo», de «estadounidense», como la de su autor. Podría llegar a leerse como una trágica derrota pero, se lee como una victoria final. Salinger nos apuñala en el momento que le dimos la espalda, nos traiciona con indiferencia, con despropósito o, mejor dicho, con la perpetuidad del propósito despropósito. Nos resulta lógico entonces, a nosotros los vejados, que en adelante este hombre no haya escrito nada más significativo, se haya vuelto un ermitaño y guardado para sí el resto de sus cavilaciones: ya había entrado al sistema, ¿para qué seguir escribiendo, con qué conflictos, con cuál propósito?
Endure, you bastard, just endure!

El hecho de que El Cazador Oculto haya estado entre los primeros diez libros más vendidos de la década del noventa cuarenta años después de su primera edición, y estudiado en secundarias y universidades, nos da un indicio, nos marca como época. Pues ésta, sin lugar a dudas, es una de las más iletradas, ignorantes, improductivas, enfermizas y decadentes. Más aún, una de las más moralistas, si entendemos a la «moral» de forma absoluta, es decir, una «inmoralidad»

Pero no hay perpetuidad del propósito despropósito. Mirad ahora, el hospital en el que está internado Holden Caulifield; el suelo ha comenzado a temblar, las paredes a resquebrajar. Todo por no durar.

Endure...

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