18 de julio de 2008

prólogo

Doscientas cincuenta y siete editoriales fueron las que rechazaron mi trabajo. Al principio, creí en la mala suerte y luego en mi falta de talento; los editores calificaron mi trabajo desde «torpe e infantil» hasta «voluntariamente retardado». Sin embargo, un grupo de negados me atrajo con cierto consuelo, alegando que mi fracaso en el mundo literario no tenía nada que ver ni con la mala suerte, ni con alguna carencia en mis facultades creativas. Ellos, al igual que yo, se encontraron con un mundo que no sabe o quiere comprenderlos; para el mundo, su deseo de diez segundos de fama no es una cualidad ligada con el harte aunque, para ellos -el grupo-, ese anhelo es el motor que los impele hacia las vicisitudes de la imaginación y la fantasía, un producto de los sentidos que los lleva a copiar aquello que se ha inventado con tanto ingenio y promocionarlo.
Pronto, me hicieron aprehender el concepto de que mi don hartístico, si bien rechazado a un moderado nivel intelectual, jamás sería apreciado como tal a excepción de unas cuantas millones de personas, que poseían conmigo la común característica de visualizar la existencia del ser humano como una, y cito aquí las palabras del grupo: «boludez de jardín de infantes».
Claro que, en virtud de las distintas ramas en las que se divide el harte, mi visión del mundo y su expresión es sólo una; las otras, no menos significativas, también serán parte de esta colección y tratadas con el respeto que se merecen.
¿Quiénes son, entonces, los grandes hartistas del s. xxi? Son aquellos oscurecidos por Mozart, Schubert y Vivaldi en la música; Borges, Cortázar y Arlt en la literatura; Nietzsche, Kant y Camus en la filosofía; Van Gogh, David y Rembrandt en la pintura; hartistas que viven a la sombra de éstos, vilipendidados por su ininteligible forma de explicar lo que sucede en el ámbito de sus vidas y censurados categóricamente por las más altas esferas de la circunspección intelectual.
De esta manera, el grupo y yo, nos hemos dedicado afanosamente a recopilar las producciones de los grandes hartistas del s. xxi, a fin de que no caigan en el olvido y la ignorancia social, y para que puedan ser reinterpetadas, no desde la intolerancia, sino desde el lugar donde han sido esculpidas, desde ese célebre y tan reconocido «rinconcito de luz».

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Así como Nietzsche habló de la transmutación de los valores, ¿porqué no decir algo acerca de las transmutación de los “artistas” en los “hartistas”? Cuando se te ocurió escribir “hartistas”, ¿la letra “h” fue por “hignorantes”?
Me gustó el texto y el estilo del sitio… podría ser un refugio contra los “hartistas”, porque a la “ignorancia” la soportás, pero, ¿quién soporta a la “hignorancia”? ¡Y a los “hintelectuales”!

Lobo Estepario

Matías dijo...

Jajajaja!
Es cierto. Pero «hartista» tiene una doble connotación: además de la que señalaste, está la del «hartazgo».

¿Para cuándo tu blog, Lobo Estepario?

dIcSoCiablE dijo...

mientras leia me hacia recordar una frase que creo que iba masomenos asi, las personas talentosas dentro de todo sus talentos el unico talento que no tienen es el de demostrar que tienen talento...

Creo que me ha salido media enredada y confusa el pensamiento jeje
gracias por el comentario.

http://largazona.wordpress.com/ es digamos mi blog literario xD el otro es como mi patio de recreo un lugar sencillo para hacer y hablar de lo que quiero xD

Matías dijo...

Sí... también puede recordarte esta frase: el talento de los talentosos sin talento, está en mostrar que dentro de su talento no hay talento alguno.
Abrazos!