8 de noviembre de 2010

odas al pingüino, peras al olmo

Demasiadas pompas las que despidieron a Néstor Kirchner, fueran merecidas o no. Aquellos que fueron por el simbolismo político, deberían conocer la primer premisa de todo funcionario de estado: la conservación de su poder. No es algo que un político pueda elegir u optar; el sistema lo lleva alienado desde el amanecer de la democracia ateniense, el primer bastión de esta clase de pensamiento, en donde la perseverancia de las instituciones exceden a las del pueblo. Si un funcionario antepusiera esta premisa a las órdenes y el servicio de la gente, sencillamente no podría gobernar; o renunciaría, o sería derrocado, o asesinado, o inculpado, o... usen su imaginación.

Entonces, ¿por qué fue tanta gente? ¿Por qué tanto ruido? La respuesta se encuentra en el vientre socioeconómico de la última década; con el modelo neoliberal de saqueo derritiéndose, el default azuzando las cacerolas de la clase media y la profunda crisis de inesatabilidad social, la Argentina del año 2001 escupió fuego sobre sus funcionarios de turno que tomaron su premisa demasiado a pecho. De esta manera asume Duhalde como presidente quien, aleccionado en las artes del peronismo noventoso y, por supuesto, menemista, procura crear un ambiente de balance y «conciliación», cuyo único propósito consistía en perpetuar la inercia de corrupción y negligencia política con un poco más de disimulo. Su fracaso no sólo llamaría a elecciones anticipadas, también se llevaría a dos piqueteros asesinados, una tapa de Clarín que lo encubriría y al modelo de país.

Era, por entonces el año 2003, un año ideal para el que hiciera las cosas medianamente bien, pues a la Argentina no le era posible empeorar; algún incrédulo dirá: "¿Empeorar? Siempre se puede empeorar. Imaginate si los militares hubiesen subido al poder de vuelta". Pero este incrédulo sufre de anemia histórica, en virtud de que ningún militar ha asestado un golpe de estado si no tuviera algo que robar en el proceso. Kirchner juega sus cartas casi a la perfección, lidiando primero con los parásitos extranjeros del FMI, devaluando la moneda a un ritmo sin traumas pero, sobre todo, alterando el modelo de país que reactivaba los sectores industriales más importantes a tiempo que restringía las importaciones que los arruinaron. Redistribuyó los ingresos con algo más de osadía que sus antecesores y respondió a medias el llamado de justicia que venían profiriendo las Madres; se requirió astucia y no coraje para bajar los cuadros en el Colegio Militar.

En silencio pero inexorable, la incipiente ola opositora (comandada por algunos sectores concentrados de dinero) dejó en evidencia las falencias del gobierno de Cristina, activando los organismos de control del campo quienes supieron actuar un drama que las cámaras de TN llevarían a nuestros televisores. Este incidente acontecido en el 2008, le valió al oficialismo la derrota en las elecciones legislativas del año siguiente. Es en este momento donde se produce el quiebre entre una gestión de gobierno común y corriente, y una demagogia militante.

Con el banderín de un "gobierno popular" y conceptos capciosos como "inclusión social", la estrategia de Cristina se movilizó ingeniosamente hacia el plano mediático, donde programas televisivos como "6-7-8" y más tarde, de la misma productora, "TVr" comenzaron a resquebrajar con buenos argumentos la máscara de yeso con la que los medios de comunicación suelen lisonjear a las mentes aburguesadas y tinellistas. El análisis crítico, junto con un discurso tendenciosamente progresista, le sirvió a la brevedad como una plataforma de opinión social que justificaría todas las acciones de gobierno con gran ayuda, claro está, de una oposición tan inepta como retrógrada. La demonización de Clarín, aunque explotada por el oficialismo, no deja de ser cierta: Clarín es demoníaco. Es, por tanto, que vemos en la actualidad a Galende repitiendo como un loro "medios hegemónicos", "grandes medios" y "ley de democratización de medios" con la misma frecuencia que emplean los periodistas de TN. La voz de esperanza y fraternidad que pregonaba Sandra Russo se fue diluyendo paulatinamente hacia un chirrido molesto, reiterativo y superficial. El archivo de la productora, el motor que impulsa este tipo de programas y que los hace en consecuencia exitosos, pasó de ser incriminatorio a meramente circunstancial.

En una entrevista, casualmente en el programa "6-7-8", cuando aún lo conducía María Julia Oliván, Orlando Barone le preguntó a Néstor Kirchner por qué había nombrado a Martín Redrado como presidente del Banco Central, qué tendría de malo poner a un morocho al frente. Kirchner respondió algo así: "En la política hay tiempos y tiempos", que no es otra cosa que referirse al viejo y querido "oportunismo político" que Joseph Fouché supo inscribir en todos los diccionarios etimológicos desde la Revolución Francesa hasta la actualidad.

Sin dudas, la figura de Néstor Kirchner ha repercutido en los cimientos de la política argentina y probablemente cambie el modo de hacerla definitivamente. Pero debemos hacernos recordar, como lo hacían los griegos, de que los héroes mueren trágicamente, en silencio y en soledad.

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