24 de octubre de 2008

primeros errores y reiteraciones de los mismos

A quien se le haya despertado la avidez del hallazgo y la curiosidad, no le queda otro camino más que el del aprendizaje. Bien se sabe, con el fin de aprender, es necesario cometer equivocaciones -acaso el único chirrido de la ciencia que vale la pena tomar en cuenta. No confío en la estadística, pero la probabilidad de que esta persona arribe a buen puerto es casi nula: podríamos culpar al incipiente neoliberalismo emocional, al efecto invernadero, a los yuppies, a la educación tercermundista y a la otra o, quizá, a los múltiples cismas virosos del espíritu que plagan sobre la humanidad.
El primer descubrimiento es fascinante; la persona se topa con un mundo lleno de vívidos colores y caminos que van en todas direcciones. El corazón se agita, los pulmones se expanden de un prístino aire y comienza a experimentarse una sensación que, la mayoría de las veces, resulta ser sinuosa. Al cabo se elige uno de los caminos bajo la narcótica influencia de un arrobamiento existencial, en el cual por fin comprendemos qué quiso decir Louis Armstrong cuando canturreó "What a Wonderful World" o, de ser afortunados, hasta deleitarse con la música rock pop suave de contenido de Fito Páez -no se engañen, Rosario nunca estuvo cerca.
Después del primer descubrimiento se descubre, redundancia mediante, que el camino pega una gran vuelta hacia el principio y deposita al individuo en el angustiante abrazo de la incertidumbre, con el sólo fin de que corramos una y otra vez los mismos caminos, con sus vívidos colores y mariposas tecnicolores. Por supuesto, correr cansa. Es entonces cuando la corrida desciende al trote, y éste al trote cansino, y el último al caminar, y éste al gateo, a punto que ya no restan fuerzas para continuar ninguno de los caminos (ahora grises, de garúas menguantes y una nostalgia autónoma que va haciéndose más plural).
«Guardaos de escupir contra el viento», advierte Zarathustra. Echando un primer vistazo, suena a provocación, a grito de guerra. Error. Es la nave insignia de la doctrina nietzscheana: su l´homme pour l´homme o, en otras palabras, «no te jodas a vos mismo, idiota». El primer momento en el cual empiezan a llover las escupidas hacia uno mismo es, exactamente, al final del camino gris y de garúas menguantes, cuyo paraje nos empuja un reflexivo estertor que puede ser representado por estas cavilaciones de una colega blogger: «Llegó buscando `fotos del verdadero misterio` pero no encontró nada (...) El amor puede durar tres horas, dos semanas o cien años pero la cortesía y el desinterés están junto a la lástima y esa sí que es persistente. Siempre que intento ser sentimental parece que me riera, y a la inversa, siempre que me río me avergüenzo de cuán idiota y sentimental puedo llegar a sonar, porque no sé cómo evitar ser una `literata cansina` por más que hable con oraciones largas (...) En este momento quisiera tener un blog de minita para no desentonar con la declaración, pero ésto es lo que hay, resaca emocional (mal) disfrazada de literatura, y ninguna gana de filosofar sobre la teleología hegeliana a excepción de la pregunta: `¿por qué todo debería tener un fin último?`, y actitud de niña confundida, y frasecitas crípticas, y hartazgo»
¿Alguien ha notado la expresión «literata cansina»? O tal vez el deseo de que su reflexivo estertor deje de ser una simple representación para convertirse en realidad. Las «fotos del misterio» se revelaron: http://germansaezphoto.com/people/giselle/ Y con ellas, el escupitajo se elevó contra el viento.
Flor de garso, ¿no les parece?

Fuente: http://la-mala-reputacion.blogspot.com/

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